Miedo
Miedo.
Miedo sentí con el primer respiro al momento de bajar mi vestido.
¿Miedo? Miedo, a perder el aliento, a dejar de crear, crecer.
Miedo de un cuerpo descuidado y cansado, reflejando tristeza y malestar.
Miedo sentí el primer día en el camerín del colegio con mis compañeras, al momento de quitar nuestras mallas en cuerpos de 7 años, tallas en la cual la mía sobresalía a través de mi altura y anchura, 2 o 3 números más. La vida quiso que creciera más rápido, supongo, cada año que crecía, mi cuerpo más lo hacía, como crecía mi pena. Sí, pena. ¿Qué era la pena?
Años más tarde crecía más, y más. Enfermé, una y otra vez. Lloré, una y otra vez. Enfermé y lloré a la vez. Mi pena quebraba espejos, reflejos, imagen, mi imagen. Crecía y no paraba de crecer, adolescente latente, aún con miedo persistente. Le temía a enfrentarme a mi imagen, y a ver mis pies. Hasta que enfermé y caí, como un ángel cae hacia la tierra, como las flores marchitan terminando el verano, como las hojas caen al llegar el otoño, como mi piel cae a través del avance del tiempo. ¿Miedo? Miedo a quererme. ¿Miedo? Vergüenza.
Lo intento, o la verdad no tanto. Al parecer el miedo se transformó en mentiras, mentiras hacia mi. Falsa aceptación.
Crisis.
Tardé en llegar, mi verdad, tardó en llegar ¿o no? Me miré tras la cámara, me miré al espejo, y me abracé. Abracé mi piel caída, abracé mis rollos, abracé mi tristeza y me despedí de ella, abracé a la vida, y le dije ‘continuemos’.