¿Qué pasa cuando habitas tu cuerpo?

Nada fue planeado, no hubo tiempo de preparar movimientos ni espacios. Mi hogar se convirtió en el sitio donde realizaría movimientos que llevaba ejecutando años, y en mi mente no imaginaba lo difícil que sería.
Una vez desnuda y en mi espacio seguro, empezó a ocurrir la magia. Me despojé de todo pensamiento y simplemente habité mi cuerpo, en una especie de meditación activa. Sentía el frío de pies a cabeza, la suavidad de la barra, el olor a café que acababa de preparar y la música de fondo. Me sentía cómoda y segura, pero también increíblemente vulnerable.
Habité mi cuerpo y se encendió el botón de desaprender. Olvidé cada movimiento trabajado durante años. ¿Puede alguien olvidarlo todo? ¿Fue la ansiedad de querer hacerlo bien lo que me hizo perderme? ¿Fue la falta de preparación para ese día? ¿Fue la espontaneidad del momento? Creo que la única razón y respuesta es que me encontraba habitando mi cuerpo y deshabitando mi cabeza.
Agradezco tener este cuerpo que, sin tener mayor conexión con lo que sucedía en mi mente, resolvió y ejecutó movimientos que requieren fuerza y concentración.
Gozo el momento, disfruto de sentir el pellizco de la piel contra la barra, la suavidad de la barra cada vez que me caía. Agradezco que el cuerpo que habito sea fuerte y me sostenga en instantes de vulnerabilidad.
En situaciones en donde funcionamos en piloto automático, es fácil olvidar la conexión con nuestro cuerpo. Pero cuando conectamos con él, nos damos cuenta de lo espectacular y maravilloso que puede ser.
Kona
Agosto 17, 2025
